Reseña
Reticente a ponerse bajo los focos, Patrick Modiano leyó, tras recibir el Premio Nobel, un discurso bellísimo que es una auténtica arspoetica en la que desgrana las claves de su obra y su visión de la literatura. Habla aquí del temprano deseo de escribir como un modo de intentar entender el mundo y comunicarse, del solitario proceso de la escritura y de la relación del lector con el libro. Invoca a los grandes narradores del XIX –Balzac, Dickens, Tolstói, Dostoievski–, a quienes llama «constructores de catedrales», pero su siglo, el XX, requiere otro tipo de novelas, más discontinuas, y sobre este credo estético ha forjado su obra entera. Y es que todo escritor es fruto de su época, aunque también aspira a lo intemporal, y por eso nos siguen apelando Shakespeare o Racine, y también autores como Poe, Melville o Stendhal, mejor entendidos hoy de lo que lo fueron en vida. El novelista aspira a lo intemporal desde lo concreto, y en el caso de Modiano hay algunos episodios biográficos sobre los que se construye todo su edificio literario: los cimientos surgen de su infancia, como sucede, nos recuerda, con Hitchcock. Una infancia repleta de enigmas y marcada por el mundo incierto de la Ocupación en que vivieron sus padres.