El viaje es un motivo primordial de la literatura y la acompaña desde sus orígenes. Partir, esta novela de Paula Parisot, abunda en esa tradición del viaje como una quintaesencia de la aventura literaria. Viajar contiene además “la esperanza de saltar fuera del mundo” y permite a la vez un ajuste de cuentas con la propia historia personal. Desde esas coordenadas, Partir despliega su singular road story —o “novela de carretera”— como despedida, travesía, ruptura en busca de un sentido y un destino. A su paso hay cientos de kilómetros de asfalto, estancias en ciudades, pueblos, andurriales, hoteles y posadas, fondas y tabernas más o menos paupérrimas, con su endémico “desorden y alcoholismo”. Es, también, “un viaje gastronómico” —no faltan ingredientes y recetas— que recorre gran parte del sur del continente y detalla el placer de los platillos regionales, en su largo itinerario por Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Un realismo nítido, preciso, naturaliza la extravagancia, el tinte insólito, a la par de la gracia, el impulso festivo y erótico, el accidente, el azar, el absurdo. La trama desenvuelve una deriva señalada por dosis mayores de sensualidad, pobreza, barbarie, en el entorno de un desastre redimido sin cansancio por la vitalidad de los supervivientes. En paralelo suena el eco de una novela paradigmática: En el camino (On The Road). El elenco de Partir incluye a Jack, un pato silbador que de principio a fin responde a las palabras de su dueño con un graznido invariable: “Kerouac”. Y una certeza punzante consumará el trayecto del protagonista: “Regresar a casa es peor que partir, y partir es mejor que llegar”. —Roberto Diego Ortega