Reseña
En Hukuméiji, poblado ubicado al norte de Colombia, cerca del río Don Diego y el mar Caribe, los
personajes de las cuatro historias que integran esta novela son despojados de partes de su cuerpo
—la lengua, las manos, las piernas, los ojos—, padecen la muerte de sus seres queridos, e incluso
han sido despojados de su tierra o el cultivo; es decir, sufren la mutilación de las distintas partes que
los integran. Así, el cuerpo se vuelve un sistema para explicar la pérdida, de modo que la autora teje
una escritura que encarna el dolor y los estragos de la violencia que ejerce el poder en cualquier
parte del mundo. Asimismo, la naturaleza –presente en los relatos a través de la selva, las plantas,
los cultivos o las lluvias torrenciales– vincula los cuerpos humanos con el territorio: la violencia se
ejecuta sobre los cuerpos y la tierra de forma análoga.
Si, como dice la periodista Ana Teresa Toro, en América Latina “el cuerpo hace cultura, el
cuerpo piensa, articula y gesticula ideas, manifiesta la historia de manera contundente, no es un
mero consumidor o un producto, es idea y concepto”, El asedio animal participa en la conversación
actual que vincula, por ejemplo, las luchas de las mujeres y los pueblos indígenas con el cuidado de
la tierra y la protección de los recursos naturales, como parte de un mismo proceso que considera
los cuerpos –individuales, colectivos, naturales– como territorios de resistencia frente a un sistema
económico que pretende administrar la vida, la muerte, la carne y sus deseos.