Reseña
El punto de vista según el cual nosotros no tenemos filosofía corresponde a una etapa, o a una opción histórica la de las filoso- fías nacionales que precisamente no ha sido, y no es la nuestra.Toda esa tan ensimismada tradición que dice estar comprometida con nuestra emancipación filosófica o cultural, o espiritual, y que la quiere llevar a cabo mediante el destilado de nuestra quintaesencia o identidad, lo que en realidad hace es ocultar o soslayar lo verdaderamente nuestro, que es lo católico o universal. Nada más eurocéntrico, bien vistas las cosas, que el mexicanismo, o el latinoamericanismo presuntamente antieurocéntricos.Para salir de la paradoja de esa francamente estéril obsesión por encontrar, o por generar eso tan propio o tan genuinamente nuestro que haría de nosotros una nación, por fin, realmente moderna como Alemania o como Francia, tenemos que aprehender nuestro pasado, y nuestro presente sobre todo, desde fuera de ese falso paradigma.Si lo hacemos nos daremos cuenta, por ejemplo, de que nada menos que Descartes, el llamado Padre de la Filosofía Moderna ese discípulo de los jesuitas que estudió la lógica en un manual escrito en la Real y Pontificia Universidad de México, y que escribía él mismo para turcos y para cristianos, está más de nuestro lado que del de las filosofías últimamente hegemónicas, y era harto más nuestro que identitariamente europeo, o francés. Mientras que Leibniz, por su parte, el gran precursor de la filosofía clásica alemana, resulta ser a su vez uno de los más claros precedentes, junto con el mismísimo Lutero, de esa fallida obsesión por lo específica o diferencialmente nuestro, o del equívoco de esa filosofía tan propia que desde hace un par de siglos se busca, y se rebusca, y cuya verdad no está, cual tan ligera o impensadamente se supone, o no se alcanza a ver donde campean y donde tan eficazmente encandilan u obnubilan las Luces europeas.